Mañana de domingo

Dulces melodías llegan desde el jardín: trinar de pájaros que celebran la lluvia mansa y la brisa que la acompaña, aliviándonos el calor. Las gotas caen suaves y levantan ese aroma característico de la tierra mojada y de las hojas verdes destilando su vaho.

Me desperté muy temprano, las pataditas de mi hijo en el vientre no me permiten más permanecer en la cama hasta tarde, hago varios episodios de sueño y siesta a lo largo del día y la noche y me siento feliz de que así sea. Desde el living de mi casa, en el sofá ante el ventilador, veo caer la lluvia sobre el frondoso verde, tras la cocina. No hay más ruidos que esos murmullos, aunque desde lejos la avenida ronca.

Me acompaña el mate amargo, mientras estoy haciendo videoconferencia con mi amighermana que está en Suecia. La superficie de mi panza se mueve, mi bebé está activo. Terminamos la charla. Espero.

Esta es la primera mañana de nuestra vida como familia en la tierrita oriental que me vio nacer. Mi amado llegó ayer y ahora descansa y sueña.

Me incorporo con lentitud y le pregunto al vientre: ¿Vamos a despertar a papito, Pedro?

 

La vida es bella.

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